El escultor de lo imposible
Diseñó sombreros para Lady Gaga, lámparas de peces y hasta apareció en la serie ‘Los Simpson’ mientras reinventaba la arquitectura.
Diseñó sombreros para Lady Gaga, lámparas de peces y hasta apareció en la serie ‘Los Simpson’ mientras reinventaba la arquitectura. A los 88 años, Frank Gehry (Toronto 1929) sigue sintiendo el mismo miedo al comenzar un nuevo proyecto; pero cuando por fin empieza se queda asombrado. En sus diseños, consigue mezclar la falta de restricciones del arte con las estrictas leyes de la física. Es un arquitecto con alma de artista. Un escultor de edificios.
De pequeño jugaba con su abuela a construir ciudades con astillas para encender el fuego. Con ese recuerdo presente, a los 16 años acudió a una conferencia de Alvar Aalto y supo que quería ser arquitecto. Empezó estudios de cerámica y más tarde de arquitectura. Con 25 años cambió su apellido judío, Goldberg, por Gehry. Lo hizo por miedo a que sus hijas sufrieran el acoso que él sintió durante su infancia en Toronto.
En ‘Apuntes de Gehry’, un documental dirigido por su amigo Sidney Pollack, el arquitecto mira fijamente la pared recta de una maqueta. No le gusta, tiene que parecer más rara. Dobla la cartulina dos veces y se queda satisfecho. «De tan estúpido que parece es genial», sentencia. Trabajar con Gehry es difícil: no le gusta lo que hace y quiere cambiarlo continuamente hasta que se frustra. «Cuando empecé buscaba una especie de perfección imposible», admite.
De pequeño jugaba con su abuela a construir ciudades con astillas para encender el fuego. Con ese recuerdo presente, a los 16 años acudió a una conferencia de Alvar Aalto y supo que quería ser arquitecto.
Hotel Marqués de Riscal, Elciego (Álava) | El Correo
Salto al vacío
En sus primeros años como arquitecto, aceptó encargos que no le gustaban para ganarse la vida. Todo cambió con la remodelación de su casa en Santa Mónica (1978). Cuando se mudó allí tuvo claro que debía hacer algo y acabó construyendo otra casa alrededor de la original. Para ello, se valió de materiales industriales, nunca antes usados en la fabricación de casas.
Por entonces, era un hombre enfadado y agresivo. Siempre estaba pasando apuros económicos y la relación con su mujer era insostenible. Decidió dejarlo todo: sus proyectos, su familia… Más adelante describiría ese salto al vacío como «una sensación asombrosa». Su segunda mujer, Berta, estabilizó su vida personal y lo convirtió en un hombre más tranquilo y sensato. Pero su arquitectura daba la sensación opuesta.
Desde su laboratorio en Santa Mónica, Gehry ideó el Museo Vitra en Alemania (1989). Su arquitectura combinaba formas curvas y rectas, de una manera nunca vista hasta entonces. Ese diseño le valió el premio Pritzker, el «nobel» de arquitectura. Cada vez recibía más encargos, era más atrevido y estaba más dispuesto a fantasear con lo imposible. Otra de sus obras más aplaudidas fue la Casa Danzante de Praga (1996).
Pero el punto de inflexión lo marcaría su siguiente edificio, el más llamativo y rocambolesco: el Guggenheim de Bilbao (1997). Empezó como un apunte de trazo sutil y continuo en una servilleta y se acabó convirtiendo en su obra más aplaudida. Para llevarla a cabo, era necesario un programa informático revolucionario (CATIA) que digitalizaba las maquetas. Gehry, aún a día de hoy, no sabe usar un ordenador, pero entendió que el sistema era una herramienta que le permitía ser más audaz y centrarse en el aspecto artístico.
Sus detractores le critican por anteponer la estética a la funcionalidad en sus edificios. Gehry sopesa cada crítica, pero suele reaccionar negativamente y llega a romper planos y maquetas. Los que lo conocen dicen que tiene el mayor ego del negocio, oculto tras una máscara de humildad.
El punto de inflexión lo marcaría su siguiente edificio, el más llamativo y rocambolesco: el Guggenheim de Bilbao (1997). Empezó como un apunte de trazo sutil y continuo en una servilleta y se acabó convirtiendo en su obra más aplaudida.
Fundación Louis Vuitton en París | El Correo
Efecto Guggenheim
Después del éxito del Guggenheim, todas las ciudades querían un ‘edificio Gehry’. En 2003 se inauguró la Sala de conciertos Walt Disney de Los Ángeles, que recordaba bastante al museo bilbaíno. En Chicago está otro de sus edificios más famosos, el Pabellón Pritzker (2004). La Bodega Marqués de Riscal (2006) en La Rioja, con su fachada de planchas de acero curvadas, es otra de sus obras icónicas. En 2014 se inauguró su última edificio hasta la fecha, la Fundación Louis Vuitton en París (2014).
Pero Frank Gehry está lejos de dejar de crear. Una vez un periodista le preguntó por su fuente de inspiración y el arquitecto miró en la papelera. «La inspiración está en todas partes», dijo. No le gusta ver terminados sus edificios, son un recordatorio de lo que pudiera haber hecho y no hizo. Lo único que le hace olvidar esos pensamientos son los reflejos de la luz sobre el material. Es entonces cuando el edificio cobra vida.
También es difícil alejarse de una creación. Para Gehry cada uno de sus edificios es como un hijo y los quiere. Cuando vuelve a verlos, después de un tiempo, se pregunta de dónde salió todo eso. «Es como un truco de magia», admite. Como un escultor de cerámica cuando saca su obra del horno, la inventiva de las formas y los reflejos del sol sorprenden incluso a su artífice, el gran arquitecto del siglo XX.
Sala de conciertos Walt Disney de Los Ángeles | El Correo