Juego de Tronos
El capítulo perdido
Una aventura entre bosques, saltos de agua y antiguos castillos
Por OSCAR B. DE OTALORA
Publicado el X de junio, 2017
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El capítulo perdido de ‘Juego de Tronos‘ en Euskadi es uno de los más artesanales de la saga. Situado entre la tercera y la cuarta temporada, prescindió de los efectos especiales para permitir que los espectadores se adentrasen en la búsqueda de un mito en la que el auténtico protagonista de la historia fue el paisaje. Aunque nunca fue proyectado en televisión, quienes han conseguido verlo consideran que es un hito en el que la geografía se convierte en el hilo narrativo. Grabado en el País Vasco, los antiguos castillos, los bosques convertidos en impenetrables laberintos, las cuevas apenas exploradas y las cascadas remotas sirvieron de escenario a una de las tramas más sinuosas de la historia de ‘Juego de Tronos‘. Una historia en la que los protagonistas tuvieron que enfrentarse a un misterio capaz de cambiar el destino de los Siete Reinos.
Rumores sobre la espuma
El comienzo de este capítulo perdido es canónico. Tras los ya famosos títulos de crédito de la serie, las primeras secuencias mostraron a Jon Nieve, acompañado por Los Salvajes, buscando un camino oculto entre las Cataratas del Fin del Mundo. Jon Nieve, acompañado de Mance Ryder, el Rey de Más allá del Muro, había caído seducido por una confidencia. En algún lugar al otro lado del Muro, podría existir aún un huevo de dragón que un guerrero a sueldo de la familia Targaryen puso a salvo en los últimos días de la dinastía del Rey Loco. Un viejo ermitaño lo custodia. Quizás fue la última reliquia de un imperio que se descomponía. En una toma épica, los protagonistas recorren un desfiladero entre cascadas de cientos de metros de altura y dialogan entre gritos para poder escucharse entre el estruendo de la espuma.
El final y el principio
La grabación avanza con una imagen oscura, en la que las sombras del camino y la lluvia se confunden con los ropajes grises de los actores, Nieve y sus compañeros atraviesan un desfiladero para llegar a una casa de piedra escondida en el interior de una cueva. Allí, un antiguo sacerdote de la luz, exiliado al otro lado del Muro, explica a los protagonistas que los Caminantes Blancos, esos seres helados a los que acompaña la muerte, habían comenzado a aparecer en los alrededores de su refugio como si supieran, mediante algún conocimiento sobrenatural, que en las cercanías alguien guardaba algo tan poderoso y letal para el futuro del mundo como un huevo de dragón. Por ello, el ermitaño confió en otro miembro de su religión, una sacerdotisa roja. Le hizo llegar el preciado objeto ya que estaba seguro de que él no podría mantenerlo a salvo. Tuvieron una cita en un antiguo castillo, en Invernalia, en el que ella esperaba la llegada del verano. Antes de desaparecer con el tesoro, la hechicera dijo una frase que podría parecer profética: “Aquí se encierra nuestro final y nuestro principio”. El ermitaño aún rumiaba aquellas palabras pero no podía recordar el paradero del castillo, del que solo sabía que tenía una una única torre.
El amigo indiscreto
Jon Nieve envió un cuervo al Muro para que su compañero Samwell Tarly, ese gordito devorador de libros que seguía con la Guardia Negra, para que estuviera al tanto del hallazgo y buscase un castillo de una sola torre. Pero Tarly cometió un error. Pese a las advertencias de Jon Nieve –quien insistió en que debía rodear la información de una discreción absoluta- Sam comenzó a hacer preguntas sobre qué castillos de Poniente encajaban con la descripción del Lord Comandante. Incluso el joven ratón de biblioteca se lanzó a un viaje improvisado para visitar uno de los castillos próximos al Muro en el que esperaba conseguir alguna información sobre sus moradores. Con sus preguntas hizo demasiado ruido.
La Fortaleza Silenciosa
Una investigación de ese tipo tenía que llegar tarde o temprano a los dos conspiradores más importantes de toda la saga televisiva. Lord Varys, apodado la Araña, y Petyr Vaelis. En el capítulo perdido, ambos vuelven a simbolizar esa sombra del poder que, en el fondo, es la que maneja los hilos y dirige a los hombres y los reyes como si fueran marionetas. Sus redes de espías no tardaron en hacerse con todos los datos sobre la leyenda. En algún lugar de los Siete Reinos estaba escondido un huevo de dragón, protegido por una enigmática bruja roja. En una seria plagada de medias verdades, los propios personajes pusieron en duda el hallazgo del tesoro perdido. Pero el castrado fue conducido a una mazmorra en la que un viejo soldado, superviviente de ejércitos del Rey Loco, acabó confesando que el había oído hablar de un huevo que debía haber sido trasladado al otro lado del Muro pero jamás llegó a su destino y pudo haber acabado en manos de una bruja roja que solía refugiarse en un castillo abandonado al que habían bautizado con el nombre de la Fortaleza Silenciosa.
¿Un mar de plata?
Mientras tanto, el Meñique, el más ambicioso de los personajes de la saga y el urdidor de todo tipo de trampas, se dirigió a una antigua abadía en la que se conservaban los archivos sobre los últimos días de los Targaryen, la única familia de los Siete Reinos capaz de cabalgar dragones. Entre los muros de un edificio único, paseando por un claustro en el que la luz del sol dibujaba códigos extraños con las sombras de la columnas, Peter Baelys escuchó una confidencia sobre el huevo de dragón. Pero también sobre la bruja roja que se había quedado con él tras recibirlo desde el otro lado del Muro. La información era enigmática. Ella se había escondido, “en un mar de plata, cerca de un castillo con un puente devorado por el bosque”.
Una lección sobre el poder
En el capítulo perdido, con una trama que asemeja a la de una novela de detectives, los bosques hacen el papel que los callejones ejercían en el cine negro de los 40. Los personajes discurren entre hojas y caídas y sendas de hierba como los perdedores de Chandler lo hacían sobre el asfalto de Los Ángeles. En uno de esos caminos de tierra se produjo uno de los encuentros claves del episodio. Varys, esa estratega de voz atiplada, convenció a Tyrion Lannister de que fuera en busca del huevo del dragón. La Araña conseguía así un aliado y que fuera otra persona la que asumiera los riesgos de una expedición azarosa. El Gnomo, acompañado de su mercenario de confianza, Bronn del Aguasnegras, decidió buscar a la hechicera y a la reliquia de dragó. Durante una de las largas cabalgadas a través de hayedos y viejos riachuelos, Bronn y Tyrion se enzarzaron en sus ya característicos diálogos de cínicos. El mercenario, un hombre acostumbrado a ajusticiar, decapitar y ensartar a sus rivales, puso un duda la existencia de los dragones. “Ni en mis viajes ni en mis batallas he visto jamás un dragón. Y te aseguro que mi espada ha acabo con más personas que los dientes de esos inexistentes monstruos”, afirmó Bronn. “Lo importante no es si existen o no”, replicó Tyrion. “Si un número suficiente de personas cree que existen y nosotros tenemos un huevo nos respetarán. Eso es el poder, Bronn, que el pueblo crea que tienes aquello que temen”.
Advertencias en un puente
El Meñique cabalgó hacia ese castillo al otro lado de un puente. Este personaje oscuro, obsesionado por conseguir el poder para vengarse de las heridas que había recibido en el pasado por los más poderosos de los Siete Reinos y consagrado a dominar el Trono de Hierro, el asiento de los monarcas, viajaba solo. Sabía que hay misiones en las que no se puede confiar en nadie a menos que se domine a esa persona. En su cabalgada, guiado por las indicaciones difusas que había recibido en la abadía, Meñique llegó hasta un puente perdido en la selva. Una charla con unos aldeanos le resultó reveladora. En las inmediaciones había un castillo denominado La Fortaleza Silenciosa. Pese a que los campesinos vieron la espada que llevaba a la cintua, en varias ocasiones le advirtieron de que el peligro le acechaba.
En la fortaleza
Era inevitable que tres de los personajes claves en Juego de Tronos -Tyrion, el Meñique y Bronn- coincidiesen en La Fortaleza Silenciosa. Ese impresionante edificio almenado, un lugar que parecía preparado para resistir asedios y cuyos muros lucían inexpugnables, había sido abandonado hace años por alguna decisión que ya nadie recordaba. La Fortaleza Silenciosa era ahora un refugio de bandidos y vagabundos, un punto de reunión de los personajes más siniestros que se agazapaban en los bosques de los Siete Reinos. El Gnomo y su mercenario, al ver a Peter Baelys dentro del castillo no tuvieron ninguna duda sobre lo que estaba sucediendo. El Meñique tampoco. Los tres estaban en la misma búsqueda y aunque formalmente eran compañeros de la nobleza, sus ambiciones eran contrapuestas. Las imágenes del capitulo perdido ofrecieron una actuación soberbia en la que sus sonrisas diplomáticas no podían ocultar las miradas envenadas. A su alrededor, los criminales que ocupaban el castillo contemplaban a los tres hombres sin saber qué estaba sucediendo.
Una tregua temporal
Los rivales, tras una conversación cargada de sobreentendidos,decidieron declararse una tregua y no competir entre ellos en ese momento. Buscarían juntos el huevo del dragón y luego encontrarían la forma de repartir los beneficios. Pero los tres sabían que la traición era parte de la relación que les unía. El escéptico Bronn volvió a poner en duda el que dos personajes tan importante se confabulasen para dedicarse a buscar “una mentira”. “Las mentiras tienen más que ver con el poder que las espadas”, le respondió el Meñique. El plano mostró entonces una sonrisa irónica de Tyrion Lannister al comprobar que él y su rival tenían la misma visión del reino y sus misterios. Mientras caminaban por el interior de la fortaleza Labraza, uno de los bandido escuchó su charla. Les relató cómo había conocido a la hechicera roja y se mostró dispuesto a guiarles hacía el lugar por el ella solía deambular.
El mayor enigma conocido
Sin otra información con la que orientarse, Tyrion Lannister, el Meñique y Bronn el mercenario decidieron fiarse de sus datos. Regresaron a los bosques y cabalgaron a través de unos tenebrosos laberintos formados por árboles y riachuelos. El único sonido que escuchaban en su avance eran las pisadas de los caballos sobre la alfombra de hojas caídas. Tyrion, curioso por naturaleza, no pudo evitar interrogar al bandido sobre la bruja a la que buscaban y la leyenda del huevo de dragón. “Esa sacerdotisa es la mujer más enigmática que jamás he conocido. Tenía algo magnético. El peligro flotaba a su alrededor”. “Hemos venido aquí a buscarla, no para hablar de mujeres”, le replicó Tyrion. Su interlocutor le ignoró. “ Quise ayudarla. Me ofrecí para acompañarla a cualquier sitio pero ella me despreció y se carcajeó. ‘Ni cien hombres como tú podrían salvarme del peligro que me acecha, me dijo”. “¿Y a dónde fue?”, insistió Tyrion. “Ahora lo veréis”, recibió por toda respuesta.
Un cuchillo en la garganta
El camino les llevó a un puente que la vegetación amenazaba con aplastar. Sin previo aviso, Bronn saltó de su caballo y derribó al bandido. Una vez que lo retuvo en el suelo le colocó una daga en el cuello. El Meñique y Tiryon asistían atónitos a esa explosión de violencia. “Dile a tus amigos que salgan”, gritó el antiguo soldado. Una decena de ladrones surgió entonces de sus escondites detrás de los árboles. El mercenario, adiestrado en mil batallas, había sido capaz de detectar la emboscada que les habían tendido el resto de bandidos de la Fortaleza Silenciosa. Era evidente que se habían conjurado para asaltarles y robarles sus posesiones. El bandido que les acompañaba y ordenó entonces a sus secuaces que se alejaran y jugó una carta desesperada para salvar su vida. “Os llevaré al último lugar en el que vi a la bruja roja si me perdonáis la vida”. El Meñique, Tyrion y Bronn decidieron probar suerte.
Respetar los pactos
El bandido guió entonces a los tres protagonistas a una playa en la que las rocas erosionadas dibujaban formas que semejaban el espinazo de un dragón. Las olas que rompían a lo lejos se convertían en una banda sonora relajante. El bandido les confesó entonces que allí había visto por última vez a la bruja y que ella había partido hacia unas minas de sal próximas en las que al parecer se ocultaba una persona que conocía y en la que confiaba. “¿Me..me… perdonaréis la vida?”, balbuceó angustiado el bandido. Bronn y el Meñique sonrieron dispuestos a acabar con el asaltante pero Tyrion. “Desde luego. Tendremos que volver por el mismo camino y es un mal negocio no cumplir con la palabra dada cuando volvamos a ver a una decena de hombres armados dispuestos a cortarnos la garganta a cambio de un huevo de dragón”, sentenció al tiempo que ordenaba al mercenario que liberase a su presa.
Un antiguo aprendiz
Cuando llegaron a las salinas, Meñique entendió la información que le habían comentado al comenzar el viaje. “Este es el mar de plata del que hablaban”, masculló entre dientes mientras contemplaba las explotaciones de sal que se extendían a lo largo de una ladera. Cuando preguntaron por el amigo de una hechicera, algunos de los trabajadores señalaron con temor hacia una cabaña construida bajo las heras en las que se secaba la sal. Allí, un hombre cubierto con harapos parecía meditar entre estalactitas de sal. Su piel estaba cuarteada y una larga barba gris crecía hasta su cintura. Cuando le preguntaron por la bruja roja el pareció mostrarse receloso. El Meñique lo ofreció unas monedas de oro a cambio de la información y él las aceptó. “Fui un antiguo aprendiz de su orden pero muchas de las cosas que vi me dieron miedo. Preferí desaparecer pero cuando has conocido a una bruja roja es imposible escapar de su influencia. Todavía se aparece en mis pesadillas”, les confesó. “Cómo la encontraremos?”, interrogó Tyrion. “Hay un viejo forjador de espadas tuerto, que os podrá ayudar a encontrarla. Su forja no está muy lejos de aquí. Os explicaré como dar con él. Pero tened cuidado, con esa bruja, nada es lo que parece”, alertó el antiguo aprendiz.
Un nuevo ojo
Los tres protagonistas siguieron las indicaciones y cabalgaron hasta una ferrería. Pero cuando esperaban ver a un venerable herrero sin un ojo y con la piel destrozada por las llamas se encontraron con un joven hercúleo con la mirada de un halcón de ojos castaños. “Buscamos a vuestro padre”, inquirió Meñique. “No. Me buscáis a mí”, respondió el herrero. “Llevaba años esperando esta visita. Ella me avisó”, continuó. El herrero les explicó entonces su relación con aquella extraña sacerdotisa que, mediante uno de sus hechizos, le había rejuvenecido. “Sé lo que buscáis. Ya habéis oído las leyendas sobre los que pueden hacer el culto de esa bruja. Son capaces de devolver la vida a los muertos. A mí ella me regaló unos años de juventud y me devolvió el ojo perdido”, afirmó. “¿A cambio de qué?”, preguntó Tyrion. “Le dije que creía en ella pero no en el huevo de dragón”. “¿Y dónde podremos encontrarla?”, insistió el enano. “Sus seguidores se reúnen en una cueva al otro lado de la montaña. Os quedan unas horas de camino. Pero puede que no os guste lo que encontréis”.
Escamas en la roca
Los tres hombres consiguieron llegar a la cavidad. Caminaron entre las paredes húmedas y según se adentraban en las profundidades escucharon unos extraños cánticos. Un sonido hipnótico, como un canto de sirena entonado por un ser del averno, flotaba entre las paredes de la caverna. Descubrieron un ceremonial profano en el que cientos de seguidores de los antiguos hombres danzaban y aullaban alrededor de una hoguera. En el centro de aquella pira habían colocado una piedra ovalada. El huevo del dragón. Tyrion, Meñique y Bronn lo contemplaron. No era ninguna joya y no tenía nada que ver con los monstruos alados. Una mano desconocida había tallado sobre la roca las escamas de un ser alado. Todo era mentira. Durante unos segundos pensaron en robar aquella reliquia sin sentido pero finalmente abandonaron el intento. Cualquiera que viese aquella piedra sería consciente del engaño. En el siguiente plano, los tres protagonistas cabalgaban lejos de la cueva. La frustración, sin embargo, había evitado que los tres se hubieran traicionados si el huevo hubiera llegado a aparecer. Esa batalla había quedado aplazada.
Pero la imagen final mostraba a Varys entrando a la ferrería. El enorme eunuco calvo buscó al forjador de espadas y le miró a la cara. “Habéis engañado a mis amigos pero no a mí”, le dijo al joven herrero. “Escuché que alguien seguía a esos tres pobres diablos pero no imaginé que sería un hombre con sus capacidades”, contestó entonces el forjador de espadas. “Existe un huevo de dragón y existe una sacerdotisa roja. El huevo lo guardáis vos. Sé que sois la bruja, no me obliguéis a demostrarlo”, replicó la Araña. Ella sonrió. “Siempre supe que no estaría segura. Ahora no me dejáis otra opción de desaparecer con mi joya. Tuve que matar al herrero y hacerme pasar por un sucesor más joven para borrar mis huellas pero veo que es imposible”. “Pagaré lo que haga falta por ese huevo”, dijo entonces Varys. “No hay fortuna en los Siete Reinos capaz de costear el poder que representa”, le replicó el herrero. Sus ojos tenían ahora la luz de una mirada femenina y se movió con una rapidez felina. Desapareció por la puerta bajo el árbol. Varys contempló la raíz y sonrió.
El texto que acaban de leer es una descripción paródica de lo que sería un episodio de Juego de Tronos en Euskadi. Es un capítulo imposible, jamás rodado, pero que como seguidores de la serie quisiéramos haber visto. Los paisajes del País Vasco están llenos de historia y de una belleza épica que encaja en el universo creado por la HBO. Pero también al de otros mundos imaginarios. Quizás, los lectores podrían realizar sus propias rutas por los parajes que les sugerimos e inventar sus propias historias que sucedan en unos bosques, castillos y saltos de agua únicos en el mundo.
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